lunes, 14 de mayo de 2018

#51: Desilusiones perdidas.


Cuándo te sientes desilusionado por una persona, digamos por alguna actitud que tuvo -o que no tuvo- hacia ti: ¿de quién es la culpa?

Dentro de nuestra tristeza evidentemente señalamos como responsable a esa persona. Nos decimos, a nosotros mismos, que ella o él incumplieron con su parte y por lo tanto ellos son quiénes deben de cargar, lo sepan o no, con ese tilde.


Pero las desilusiones vienen por un motivo simple: porque esperamos algo de alguien o de algo. 

Depositamos nuestra confianza en una persona y condicionamos, implícitamente o no, que aquél en quién nosotros confiamos no nos va a fallar pero al ser de origen algo que sale de nuestro control deberíamos de entender, se supone, que no siempre saldrá todo como esperamos.

Aunque es difícil. 

Muchas veces es fácil abrir nuestro corazón y entregar afecto sin esperar, o eso nos decimos, nada a cambio pero cuándo llega el momento de una lógica retribución, y esta no llega, no duele. Pero ahí está el problema: esperábamos algo a cambio... de forma inconsciente.

Es algo normal, es parte de nuestra naturaleza. 


Quizá nos decimos con cierta razón que ese nada a cambio es un rechazo a una cosa tangible pero, al mezclarse sentimientos y emociones, lo intocable pesa y duele y es complicado aceptar que no siempre aquellas personas en quién confiamos nos responderán de una manera similar.

Joseph Roux, un filólogo francés (además de cirujano y abad) tenía una frase interesante:

Nuestra experiencia se compone más de ilusiones perdidas que de sabiduría adquirida”.

¿A qué se refería?


Nadie experimenta en cabeza ajena y el dolor es un buen maestro. Perder algo, desilusionarnos, nos puede ayudar más que lo que aprendamos por mera sapiencia porque nuca habrá como la experiencia propia para crecer.


Pero no todo debe de estar por perdido. 

Es verdad que ante un panorama así lo más cuerdo es pensar que es mejor no dar o no entregarse para no desilusionarse pero la vida es precisamente un esperar: esperas amanecer al día siguiente, esperas comer algo delicioso, esperas llegar a casa tras un largo día de trabajo...
 
Creo que la lección aquí es no esperar de más

Dejar que todo fluya y entender que en las cosas que uno no tiene el control (hechos que sucedan, actitudes de las personas), lo más prudente es, si es que se quiere dar, hacerlo pero a sabiendas que estas apostando a perder.

Si lo aceptamos de origen, la desilusión nunca llegará porque sabíamos de antemano que nuestra entrega, de verdad, no tenía retorno. 



Imagen | Pixabay

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